Escuché hablar de ella hace años. Las descripciones la dibujaban con trazos envueltos en el misterio. Los más obvios comentaban su apariencia pintoresca y su forma moldeada, queriendo ver semejanzas con elementos dispares y variopintos. Los más osados pretendían apreciar vinculaciones esotéricas y ligazones con antiguos rituales surgidos de la fantasía. Hubo quienes escudriñaron la zona, y todavía lo hacen, en pos de leyendas y deidades inventadas, buscando ecos de ceremoniales imaginados, impregnados en la piedra por siglos.
En mis viajes por tierras alcantarinas no había tenido oportunidad de visitarla, unas veces por las prisas y otras porque reclamaban mi atención otros destinos, ¡hay tanto que ver, estudiar y disfrutar en la comarca! Así que, aprovechando la llegada de la luna llena, un momento excepcional para su contemplación, decido que ha llegado el momento para planificar una expedición a Piedras Albas, población cacereña situada en las cercanías de Alcántara y de la frontera portuguesa.
Trato de averiguar como llegar, pero las indagaciones resultan infructuosas, no encuentro más que referencias vagas que hacen imposible una ubicación precisa en el mapa. Llamo al Ayuntamiento, donde espero encontrar ayuda, pero la persona que me atiende desconoce su situación. Amablemente, me facilita el número de teléfono de Meña, que tiene una tienda de ultramarinos en la plaza, “seguro que ella sabe donde está”, me dice.
Meña atiende el teléfono. Supongo que se sorprende cuando le comento que su número me lo han dado en el Ayuntamiento. El asombro aumenta al comentarle que, según me han indicado, ella podría decirme como encontrar el Canchal de los Ojos. Tras unos segundos de duda, más fruto de la atípica e inesperada llamada que de la falta de conocimiento, me ofrece unos datos precisos que yo llevo inmediatamente a Google Earth hasta localizar nuestro Paraíso Olvidado.
Por la tarde, parto hacia la zona. Me dirijo hacia tierras rayanas y a mi mente viene Teresa Salgueiro, ex Madredeus, interpretando un tema tradicional de romería de la Beira Baixa, “Senhora do Almortâo”, originario de la vecina localidad de Idanha a Nova. La cadencia de su voz, la canción y el ritmo del pandeiro quadrado o atufe crean un ambiente evocador idóneo.
No voy solo, me acompañan María José, artista, Maite, astrofísica, y Juan Luis, matemático. También viene mi pequeño, de ocho meses, que se dará su primer baño de luna llena. A este heterogéneo grupo de personas le falta el nexo que propició su relación, Javier Marijuán, también matemático y apasionado de la astronomía, que nos dejó hace algunos años. No tuve la fortuna de conocerlo, pero su amor por las estrellas contagió a muchas personas y, de algún modo, sin proponérselo, facilitó encuentros que sin él habrían sido más difíciles para el destino. Como dice un proverbio zen, “ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado”. Su recuerdo nos acompaña.
Nos detenemos en Piedras Albas para conocer a Meña y agradecerle sus indicaciones. Algunos vecinos también nos hablan del estado del camino y de la mejor forma de llegar. El Canchal está en término de Alcántara, pero el acceso se realiza desde Piedras Albas, de donde dista poco más de un kilómetro en línea recta. Tomamos la calle del Carmen y, a la altura de la piscina municipal, el camino de la Casa del Cuartillo, seguimos en dirección noroeste. Poco después de dejar atrás una gran charca, lo abandonamos y proseguimos por una pista a la derecha, primero en sentido noreste y más tarde sureste, ya en mitad de una dehesa en la que, entre encinas, sobresalen grandes bolos graníticos. Este debe ser el lugar.