Notas sobre su
culto extinguido
Miguel Salas Parrilla
IES Manuel Azaña de Getafe (Madrid)
EL
OPROBIO DE LA ESTERILIDAD
nicia
Pierre Saintyves su libro Las madres vírgenes y los embarazos milagrosos en los siguientes
términos: “Los pueblos jóvenes no solamente ignoraron las doctrinas de Malthus,
sino que también tuvieron un profundo horror a la esterilidad. No se imaginaron
otro azote más temible ni una vergüenza mayor. Entre ellos la mujer estéril era
un oprobio para los suyos, y ella misma se consideraba como maldita. Si no daba
a luz, ¿para qué servirían la cavidad de su vientre y la copa de sus pechos? Su
estéril belleza se cubría de luto con estos pensamientos obsesivos, a los que
habría deseado conjurar criando a un niño entre sus brazos”.
Podríamos
preguntarnos el porqué de esta exaltación de la fertilidad desde épocas
prehistóricas en casi todas las culturas. Sabido es que antes de que se inventaran
los antibióticos y otros fármacos en el siglo XX, la mortalidad general, y en
especial la infantil, era muchísimo mayor que ahora, siendo la esperanza media
de vida, en la época de los romanos, de unos 45 años frente a los casi 80
actuales. En esas circunstancias, no ha de extrañar que la primera preocupación
del grupo fuera la supervivencia de la especie, para lo cual se requería que
las parejas tuvieran muchos hijos y que los campos dieran sus frutos para poder
alimentarse. Así pues, la preocupación por la fertilidad humana, animal y
vegetal podríamos considerarla como primordial desde épocas remotas hasta los
albores del siglo XX.
En
muchas culturas, la joven soltera que había tenido un hijo, no sólo no era
mirada como una carga de deshonor, sino que se la consideraba más valiosa, pues
ella ya había demostrado que era capaz de engendrar y parir, que es lo que al
fin y al cabo se apreciaba. Hasta el siglo XIX, las mujeres que parían ocho o
más hijos entraban dentro de la normalidad, mientras que en nuestra cultura
actual lo habitual es tener uno o dos hijos a causa de la carestía de la vida,
de la comodidad, de una mayor longevidad y de la incorporación de la mujer al
trabajo fuera del hogar.
En
la Biblia ya encontramos varios episodios que nos hablan del horror a la
esterilidad:
Sara,
la esposa de Abraham, padre del pueblo judío y musulmán, viendo que era estéril
y que no era capaz de concebir, entregó su sierva Agar a Abraham para que éste
pudiera reproducirse y cuando, por fin, Sara concibió, consideró ese día como
el más feliz de su vida y quedaron satisfechos sus anhelos.
Entre
los hebreos, siguiendo el mensaje bíblico de “creced y multiplicaos”, el deseo
era tener tanta descendencia como las estrellas o como las arenas del mar.
Jacob se casa con dos hermanas, Sara y Raquel, y dado que Raquel tardaba en
quedarse embarazada, ésta le suplicaba “dame hijos o moriré”, y cuando se quedó
embarazada, exclamó: “Dios me ha librado del oprobio”. Cuando ambas hermanas ya
eran estériles por ser mayores, ellas mismas le entregaron como sustitutas a
sus siervas, más jóvenes que ellas, con las que Jacob tuvo más hijos.
El
protoevangelio apócrifo de Santiago nos relata las dificultades para tener
descendencia de Joaquín y Ana, padres de la virgen María, madre de Jesucristo.
Por esta razón, Joaquín fue expulsado del templo y no se le dejó presentar su
ofrenda. Joaquín se retiró al desierto, ayunó durante cuarenta días y cuarenta
noches, mientras su mujer suplicaba al creador y se lamentaba por no tener
descendencia. Cuando Joaquín regresó, cohabitó con su mujer, que concibió a
María quien muy joven entró a servir en el templo para cumplir la promesa de
sus padres.
Los
primitivos solían adorar a las piedras, en especial las que tienen una forma
cónica, similar al pene, con las que se frotaban, pues creían que así
facilitarían la fecundación.
Se
pregunta Saintyves: “¿Qué razones llevan a los adoradores de piedras a invocar
a algunas de ellas contra la esterilidad? Sin duda, hubo muchas razones. En
algunos casos son las formas groseramente fálicas de las rocas las que han dado
lugar a estas prácticas”.
En
la India la divinidad más venerada por las mujeres estériles es Siva, cuyo
símbolo es el lingam o pene que se representa en
las pagodas como una piedra alzada. En Tanjora existe una pagoda con 365 lingam (uno por cada día del año), a los que se les cuida y se les unge con
un aceite especial, perfumes y rosas, y se les rinde culto un día a cada uno.
Las mujeres estériles pasan una noche a oscuras en la pagoda con la creencia de
que, por la noche, Siva, el dios del enorme falo, las visitará y las convertirá
en fértiles.
EL
CULTO AL FALO
Ya
en las cuevas paleolíticas de Altamira (Cantabria) y Lascaux (Francia)
encontramos símbolos fálicos ante los cuales se practicarían ritos mágicos con
la esperanza de que éstos propiciaran la fecundidad no sólo de las mujeres,
sino de la naturaleza, que es fuente de vida. En la cueva levantina de Cogull
(Lérida), hay una pintura, que pertenece a poblaciones epipaleolíticas, en la
que nueve mujeres con pecho descubierto realizan una danza ritual en torno a un
hombre desnudo, provisto de un gran pene. Estos ritos de fecundidad fueron
todavía más usuales en el Neolítico vinculándose a la agricultura y a la
ganadería.
Pintura rupestre de Cogull
Una de las probables interpretaciones del uso y significado
de los menhires (men = piedra e hir = larga) es que sean
monumentos a los dioses para lograr de ellos fecundidad y fertilidad, pues el
menhir sería un símbolo fálico que representaría al falo, siempre erecto, del
dios creador del mundo. Los menhires no
sólo los encontramos en la cultura europea, sino también en la
americana. Así, por ejemplo, en la localidad del Mollar, provincia de Tucuman (Argentina),
se ha creado un parque arqueológico con los menhires hallados en las
inmediaciones, menhires que también encontramos en Perú, Nicaragua, México o la
isla de Pascua. En algunos menhires hay grabadas serpientes, animales que
también se asocian a la fertilidad o círculos concéntricos que simbolizan el yoni
hindú o la vagina, que a su vez simboliza la
fertilidad.
Ya
en épocas históricas, el culto al falo, como símbolo de fecundidad y
fertilidad, lo encontramos en casi todas las culturas: Mesopotamia, Egipto, India,
Imperio Romano, Escandinavia, Perú, México, etc. Lo realmente curioso es que,
en un principio, el culto al falo no estaba relacionado con ideas indecentes ni
de obscenidad ni era mal visto en ninguna de estas sociedades.
Según
Westropp, en las manifestaciones del falo, en el ámbito grecolatino, cabe
distinguir tres fases muy diferenciadas. En la primera, fue objeto de
reverencia y culto, al relacionársele con la fertilidad. En la segunda, se le
utiliza como amuleto o poder protector contra las malas influencias
(encantamientos, mal de ojo, etc.) y se llevaba colgado al cuello. En la
tercera, el culto derivó en manifestaciones morales licenciosas como las orgías
en honor a Baco o Dioniso que llegaron a prohibirse en tiempos del imperio
romano.
El origen de este culto se remonta a un dios distinto en
cada cultura, pero relacionado con funciones similares. Los fenicios lo
relacionaban con Adonis, los egipcios con Osiris, los frigios con Attys, los
griegos con Dioniso y los hindúes con Siva.
Según
Herodoto, el nombre Dioniso y los ritos que caracterizaban su culto fueron
introducidos en Grecia por Melampo, dos generaciones anteriores a la guerra de
Troya (hacia el siglo XII a.C.). De Grecia pasó a Roma y de aquí se extendió a
todo el imperio romano, encontrándose manifestaciones del mismo en Grecia,
Italia, Francia, España y Gran Bretaña. El culto al lingam (falo) y al yoni (vagina) en la India
parece que se remonta a las culturas indoeuropeas que se impusieron a la
cultura original de Mohenjo-Daro hacia el año 1500 antes de Cristo.
Los
romanos fueron un pueblo muy respetuoso con las divinidades de los pueblos
conquistados. El panteón romano está formado en gran parte por dioses de
Grecia, Egipto, Oriente y otros territorios conquistados.
Parece
ser que los romanos adoptaron el falo de la cultura griega, aunque es probable
que ésta, a su vez, se inspire en culturas indoeuropeas que poblaron Europa y
Asia a lo largo de la mitad del segundo milenio antes de Cristo, pero el caso
es que los romanos difundieron los falos en la mayor parte de su imperio.
Los falos hallados en la península ibérica consideramos que
son de origen romano. Romanos son
los falos de Ufones y Rabanales (Zamora), donde se han hallado diversos
restos romanos y castros celtas. En Rabanales existen dos falos al lado de la
iglesia, uno mayor que otro, el mayor de ellos tiene unos dos metros de altura.
El de Ufones es de menores dimensiones y también se halla junto a la iglesia,
lo cual nos hace pensar en que recibirían culto, pues es sabido que los
cristianos levantaron sus templos en los mismos lugares donde antes se había
practicado un culto pagano.
Falo romano de Rabanales junto a la iglesia
De
origen romano –o tal vez griego- es el falo con testículos, grabado en
relieve en un sillar próximo a la puerta meridional de la muralla de Ampurias
(Gerona).
También consideramos de origen romano los falos que desde
tiempo inmemorial se hallan en...
Los Hinojosos (Cuenca) de los que nos ocuparemos
posteriormente.
El hecho de
que hallemos falos en zonas tan diversas y distantes como Grecia, Italia,
Francia, Gran Bretaña o España, nos habla claramente de la gran difusión de
este culto, que el cristianismo
procuró eliminar en el segundo concilio de
Braga (572), en el que se prohibe el culto a las piedras, y posteriormente el
pene erecto se asocia con el diablo.
Los
romanos no sólo extendieron el culto a los falos de piedra, sino que también
utilizaron pequeños falos de bronce como amuletos contra los maleficios y para
propiciar la fertilidad, prueba de ello es la enorme cantidad de falos con una
anilla, para llevarlos colgados al cuello, hallados en las ruinas de Pompeya o
Herculano. En un lugar tan alejado de Roma como los villares de La Almarcha
(Cuenca), también se ha encontrado algún ejemplar de este tipo de amuletos, lo
cual es una buena prueba de la extensión de esta práctica a toda la cultura
romana.
En
el culto al falo cabe destacar la figura de Príapo, un dios menor, hijo de
Dioniso y Afrodita, provisto de un pene de extraordinarias dimensiones en
permanente erección, símbolo de la fuerza fecundadora de la naturaleza. Un dios
campestre, propiciador de la fecundidad, de las buenas cosechas y cuya función
era la de proteger el ganado, los viñedos y las huertas de los ladrones. En una
de las representaciones, en un platillo de una balanza se pesa el pene de
Príapo y en el otro hay una bolsa llena de monedas de oro, lo cual es un
indicio de la alta estima en que se tenía dicho pene, en cuyo honor se
realizaban orgías.
En
Egipto a Min, dios de las cosechas, también se le representaba como a una
persona desnuda con pene en permanente erección, símbolo de la fecundidad de la
naturaleza.
En
Perú, en la localidad de Puno (Titicaca) existe el templo fálico de Inca Ullo,
provisto de más de 40 falos, donde se supone que se realizarían rituales, pues
el lugar ha sido cristianizado levantando al lado una iglesia católica.
Algunas
tribus africanas practican el rito de fertilización de la tierra, para lo cual
los hombres introducen su pene en un trozo de caña y simulan el coito con la
tierra, introduciendo el falo con la caña en agujeros elaborados previamente
con el fin de realizar una cópula ritual, y vierten su esperma sobre los mencionados hoyos.
Pero
el falo no sólo se asocia con la fertilidad (frecuentemente asociada con la
mujer de vientre prominente como las “Venus” auriñacienses), sino que también
es símbolo de una sociedad patriarcal y una clara marca de territorialidad.
Durante
la Edad Media el culto al falo, como propiciador de la fertilidad, permaneció
distorsionado, atribuyendo ese poder a santos que nunca existieron como Saint
Denis (Dioniso) y Saint Foutin en Francia, o a santos que sí existieron y a los
que se les otorga esta capacidad como Saint Guelichon, Saint Gilles o San
Sebastián en Los Hinojosos. En la India, actualmente el falo o lingam sigue siendo reverenciado en muchos de sus templos.
LOS
FALOS DE LOS HINOJOSOS
Los
falos de piedra de Los Hinojosos (Cuenca) -de 1,04 metros de altura- parece que
se ubicaron desde hace más de 2000 años en el paraje conocido como cerro de la
Hontanilla, en lo que debió ser un recinto religioso, probablemente abierto,
donde recibirían culto ungiéndolos con aceite o perfumes y adornándolos con las
primicias de los productos agrícolas de la tierra. Además recibirían veneración
en las bodas y probablemente también en algún día señalado del año, con el fin
de propiciar la fertilidad, no sólo de las mujeres sino también de las
cosechas.
Suponemos
que el santuario donde estaban era un lugar sin paredes, abierto, con el fin de
que los falos estuvieran expuestos a los dos principales elementos
fertilizantes: el sol y la lluvia. Su número rondaría entre los 20 y los 40
(pues a comienzos del siglo XX todavía quedaban por lo menos 14) y su
disposición probablemente fuera circular, colocados en uno o dos círculos
concéntricos.
Medidas de uno de los falos (son todos muy similares en medidas y
factura), tomadas del libro Crónicas de un pueblo. Los Hinojosos (Cuenca), y que coinciden con las que he tomado yo
personalmente del falo que está a los pies del calvario
Aparte
de lo sugerido previamente, no tenemos ni el más mínimo vestigio de cuál fuera
el culto que recibirían, tampoco sabemos si las celebraciones iban acompañadas
de ritos orgiásticos (como los de Baco), aunque suponemos, por lo poco que
llegó hasta el siglo XX, que sí iban acompañadas de cánticos y danzas.
Hasta 1936 todavía se contaban, por los menos, unos 14
falos (tantos como estaciones del vía crucis), todos ellos ubicados en las
proximidades del cerro de la Hontanilla. Actualmente sólo se tiene noticia de
ocho de ellos. Uno, partido en dos en forma diagonal, se encontraba hasta hace cuatro años en la casa curato;
otro, algo deteriorado, que durante un tiempo estuvo en la ermita de las tres
culturas, en el año 2002 fue donado al ayuntamiento que lo guarda en el patio
de una nave a la salida del pueblo; y cinco de ellos actualmente están ubicados
en el Cristo o calvario. El octavo, hasta hace poco, se hallaba a la entrada de
una finca extramuros del pueblo, cercana al cerro de la Hontanilla.
Según refiere Josefa Martínez Izquierdo (de 93 años de
edad), estos falos, que con la llegada del cristianismo se reutilizaron como
estaciones de un vía crucis campestre, hasta 1936 estaban provistos de una cruz
y el vía crucis se iniciaba, a la salida del pueblo, en el margen izquierdo de
la carretera que va a Quintanar de la Orden, ascendiendo después por el cerro
hasta más allá de donde se ubica el calvario actual. Según José María Rubio,
durante la Guerra Civil de 1936 se les quitó la cruz y algunos falos quedaron
enterrados en la cuneta de la carretera.
Vistas panorámicas del calvario con los falos.
Situación actual
Vista panorámica del vía crucis con falos y sin
cruces. Distribución anterior a la actual
Vista panorámica del vía crucis con falos y
cruces. Distribución de los falos anterior a la actual
Tras la Guerra Civil, el cura párroco, don Fernando
Rodríguez Villafranca, hacia 1954 les volvió a coronar con cruces de hierro,
las cuales se elaboraron en la fragua de Justino Ramírez y sirvieron para
restablecer la costumbre del vía crucis campestre.
Don León Chicote Pozo, cura párroco entre 1967 y 1977,
deseando continuar con la costumbre del vía crucis, utilizó los seis falos del
vía crucis primitivo que quedaban y restableció los ocho que faltaban poniendo
en su lugar unos monolitos de cemento coronados con cruces hechas en la misma
herrería que las anteriores.
Cuando se amplió la carretera que va de los Hinojosos a
Quintanar de la Orden (hacia 1980), a la salida del pueblo se encontraron por
lo menos dos falos, enterrados en la cuneta que colinda con un terreno de
labranza donde estuvieron desde antiguo formando parte del primer vía crucis.
Según don Jesús García García, son los falos deteriorados que se hallaban en la
casa curato y en la ermita de las tres culturas.
Fue hacia 1985 cuando don Jesús García García (que ejerció
de párroco de Los Hinojosos entre 1977 y 2002) colocó cinco de estos falos en
el Santo o calvario.
Primero de los cuatro falos del calvario
Segundo falo del calvario
Tercer falo del calvario
Cuarto falo del calvario que formaba parte del vía
crucis campestre
Falo situado actualmente delante del calvario
Falo final de vía crucis. Actualmente ubicado en una
finca particular
Falo procedente de la ermita de las tres culturas y
guardado en una nave del ayuntamiento
Según don José María Rubio, el paraje del Santo se denomina
así porque en él se hallaba la
derruida ermita de San Sebastián,
una ermita del siglo XVII (1668), levantada en el cerro de la Hontanilla sobre las ruinas de un
santuario de siglos anteriores. A mitad del siglo XVIII (1751), el prior de la
Orden de Santiago, para evitar males mayores, ordenó su demolición, pues
amenazaba derrumbarse. Sobre el mismo lugar se construyó un calvario, de dimensiones más reducidas, presidido
por una gran cruz, aunque el paraje sigue siendo conocido como “El Santo”.
Es muy probable que, en el mismo emplazamiento donde su
ubicó el antiguo santuario, después la ermita de San Sebastián y, por último,
el calvario o en sus inmediaciones, en el mismo cerro de la Hontanilla,
antiguamente existiera un recinto religioso donde todos los falos estarían
reunidos y recibirían culto, pues –como se ha dicho- fue costumbre
cristiana levantar sus ermitas o templos en el mismo lugar donde anteriormente
se habían practicado ritos paganos. De esta manera costaba menos esfuerzos llevar
a la gente a la iglesia, al fin y al cabo acudían al mismo lugar, aunque el
dios adorado fuera ya otro, pero ello tenía el inconveniente de que ciertos
ritos paganos antiguos se mantenían, aunque ahora las virtudes se las
atribuyeran al nuevo patrón, esto es, a un santo cristiano.
Nos
refieren Ofelia Martínez Muñoz (de 74 años) y Sofía Lozano Marín (de 86 años)
que en las bodas de antaño celebradas en Los Hinojosos, al salir de misa, los
novios y los convidados acudían a la casa de los padres del novio. Primero se
les entregaba un “puñao” de garbanzos tostados en la puerta de la casa y
después entraban dentro, donde tomaban chocolate con soletillas (una especie de
bizcochos alargados) y, acto seguido, subían al Santo. El novio tomaba a la
novia en sus brazos (vestida de negro y con mantilla) y con ella daba tres
vueltas al calvario rememorando la ancestral costumbre de hacerlo en torno a
los falos, pues existía el temor de quedar la mujer estéril en caso de no
cumplir con la tradición.
Parece ser que, mientras tanto, los convidados bailaban
formando un corro y cogidos de la mano. Entonarían algún tipo de cántico, cuya
letra no conservamos y cuyo contenido suponemos que cambiaría con el paso del
tiempo, sobre todo una vez que el rito pagano fue distorsionado al
cristianizarse.
La última pareja que realizó el rito de ir a danzar al
Santo, tras la boda, fue el matrimonio formado por Francisco Bustos García (de
profesión labrador) y Herminia Izquierdo Moya. El matrimonio se celebró el 28
de mayo de 1928 y tuvo tres hijos. La pareja que rompió la tradición, al
negarse la novia a subir al Santo, fue el matrimonio formado por Severo Moya
Mena (de oficio arriero) y Francisca Moya Sáez. La boda se celebró el 30 de
mayo de 1928, tan sólo dos días después que el matrimonio anterior.
Las canciones de bodas que actualmente se recuerdan en el
pueblo son modernas y nada tienen que ver con la ancestral costumbre del culto
a los falos. Tan sólo la estrofa sexta hace mención a la potencia viril del
novio, aunque el texto de esta canción todavía dista mucho de la procacidad de
los textos latinos y medievales.
La canción de bodas de Los Hinojosos se compone de siete
estrofas y dos estribillos. Dicen así las estrofas:
Cómo quieres que te quiera,
si no te puedo querer,
si la madre que tu tienes,
a mí no me puede ver.
Por esta calle que vamos
corre el agua y no ha llovido,
son las lágrimas de una fea
que el novio no ha querido.
Pasea la calle mozo
que tú te la llevarás,
las alforjillas al hombro
y esta mozilla al altar.
A tu puerta hemos llegado
cuatrocientos en cuadrilla,
si quieres que nos sentemos,
saca cuatrocientas sillas.
La boda va por la calle,
no va ningún oficial;
todos somos labradores,
mañana vamos a arar.
Cuatro esquinas tiene el horno,
cuatro la carnicería,
y cuatro tiene la cama,
prepárate prenda mía.
Vamos a seguir la ronda
que parece que tiene prisa,
el novio quiere quitarle
a la novia la camisa.
Después de cada copla se cantan estos dos estribillos:
Ay si voy, ay si voy, ay si voy,
un besito en la cara te doy,
ay si fuera, ay si fuera, ay si fuera,
un besito en la cara te diera.
Te dejaste el pan en el horno
y te pusiste a hablar con el novio,
y de que viniste ya estaba quemado,
y esto te estuvo muy bien empleado.
BIBLIOGRAFÍA
ANÓNIMO.
El culto fálico. Barcelona, Humanitas, 2002.
DE
SANTOS OTERO, Aurelio (traductor). Los evangelios apócrifos. (Protoevangelio
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NÁCAR,
Eloíno y COLUNGA, Alberto (traductores.) Sagrada Biblia. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1965.
REGISTRO
CIVIL DE LOS HINOJOSOS. Libro de matrimonios del siglo XX. Inscripciones nº 115 y 116.
RUBIO
MOYA, José María. Crónicas de un pueblo. Los Hinojosos (Cuenca). Comunidad Parroquial de los Hinojosos, 2002.
SAINTYVES,
Pierre. Las madres vírgenes y los embarazos milagrosos. Madrid, Akal, 1985.
SALAS
PARRILLA, Miguel. El sentido de la vida humana en las diversas culturas. Madrid, Alianza, 2003.
SALAS
PARRILLA, Miguel. “Entrevistas celebradas en los meses de agosto y septiembre
de 2006 a las siguientes personas de Los Hinojosos: Jesús García García, José
María Rubio Moya, Ofelia Martínez Muñoz, María de la Cruz Rodríguez Perea, León
Chicote Pozo, Josefa Martínez Izquierdo, Sofía Lozano Marín y Jesús Bellón”.
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