Particularmente las redes de Hartmann, que son las líneas de fuerza de la estructura electromagnéticas terrestre y que fueron investigadas por el Doctor E. Hartmann, médico de la Universidad de Heildelberg, Alemania, son las al parecer más tienen que ver con los dólmenes y menhires, pues los dólmenes orientan la línea de su eje en dirección Sureste, entre ellos aparece una zona Neutra interior como si de un templo se tratara, la red Hartmann se aparta en las cuatro direcciones y rodea al dolmen como una especie de estuche de protección, es decir la zona del centro, en su interior es Neutra, sin Rayos Hartmann.
Dibujo Emilio
El menhir por el contrario atrae la red Hartmann, que se deforma para adaptarse a esa atracción, de manera que la red Hartmann se encuentra concentrada bajo los menhires, tanto en sentido Norte-Sur como Este-Oeste. Por lo tanto los menhires actúan como captadores y emisores de energías. Tal vez podamos afirmar que nuestros antepasados conocían y sabían utilizar las fuerzas de la Tierra y la usaban en su provecho, utilizando esas piedras captadoras de energía en beneficio de la agricultura, ya que convertían en más fértil un perímetro dado.
Menhir Bretaña Francesa.Foto Emilio
Dibujo Emilio
En los últimos años los Geobiologos, ( geobiologia = ciencia que estudia la relación entre gea, tierra –las energías procedentes de la tierra- y bios, vida- los seres vivos que la habitan), afirman que existe una relación entre el lugar de estos asentamientos y las energías telúricas de la propia tierra, teniendo en cuenta que el termino telúrico, viene del latín y significa “terrestre”, de tellus, tierra, y sirve para definir el conjunto de energías y radiaciones que están presentes en la superficie terrestre procedentes del subsuelo, como son las energías magnéticas, corrientes de aguas subterráneas, radiaciones por vetas de metales, fallas tectónicas, líneas Hartmann, etc, etc.
Citamos textualmente a Mariano Bueno, Director del Centro Mediterráneo de Investigación Geobiológicas:
“ En zonas de gran radioactividad natural hallamos los lugares sagrados, zonas de culto milenario o de reposo de los antepasados. Nuestras mediciones actuales nos muestran fuertes anomalías geomagnéticas, elevados niveles de radioactividad u otras alteraciones geofísicas en tales asentamientos, que por regla general, fueron marcados por petroglifos, menhires, dólmenes, pirámides u otras construcciones pétreas que siguen indicándonos la presencia de algo especial, de una energía que convenía tener en cuenta o temer, según el caso. Todo este antiguo conocimiento de las energías del lugar, teñido de sacralidad, lo hallamos vivo en muchas culturas primitivas aun no destruidas por la penetración de la influencia occidental.”
Piel de toro
Pectoral
de oro en forma de piel de toro, procedente de El Carambolo. Los casi
tres kilogramos de oro que en 1958 se hallaron en el cerro de El
Carambolo, próximo a Sevilla, precedieron la excavación, entre los años
2002 y 2005, de un recinto sagrado edificado allí en el siglo VIII a.C.,
que fue remodelado y ampliado en el siglo siguiente. Aunque este
santuario es de tipo fenicio, su altar en forma de piel de toro
extendida, que se corresponde con los pectorales del tesoro que tienen
igual forma, constituiría un rasgo original del mundo tartesio. Puede
que las joyas que forman el tesoro de El Carambolo fuesen ornamentos de
una imagen de culto (quizás adornaron toros sagrados) o atributos
sacerdotales.
Crédito: Oronoz / Album
Según cuenta el Antiguo Testamento, en el siglo X a. C. las naves de
Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro de un
lejano y misterioso lugar llamado Tarsis: «El rey Salomón tenía en el
mar naves de Tarsis con las de Hiram [rey de Tiro], y cada tres años
llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y
pavones». La cita procede del Libro de los Reyes, escrito allá por el
siglo VII a.C., pero nos remite tres siglos atrás, cuando la opulencia
mineral del sur de la península Ibérica atraía hasta el otro extremo del
Mediterráneo a los primeros navegantes semitas. La mayoría de
historiadores lo tiene claro: el primer autor que mencionó a Tarsis se
estaba refiriendo a las relaciones comerciales que los israelitas
mantenían con Tartessos, el reino situado más allá de las columnas de
Hércules (el estrecho de Gibraltar), en el Bajo Guadalquivir, que rigió
el mítico rey Argantonio. Desde esta primera mención, el aura enigmática
en torno a Tartessos no se ha desvanecido. Viajeros, filólogos y
arqueólogos se han lanzado durante decenios a la búsqueda de los restos
de aquella civilización que floreció entre los años 1000 y 500 a.C.,
para desaparecer luego y caer en un olvido silencioso que ha durado
hasta hace poco, inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas.
Tartessos y la Atlántida
El interés por la misteriosa Tartessos se remonta a la Antigüedad.
Diversos historiadores y viajeros griegos de los siglos VI al IV a.C.
dejaron constancia de lo que se sabía, o creía saberse, sobre aquella
civilización. Tal fue el caso de Hecateo de Mileto, de Heródoto y, sobre
todo, de Avieno, que en su Ora marítima hablaba de un río llamado
Tartessos que ceñía la isla en la que se encontraba la ciudad, también
denominada Tartessos. Otro autor del siglo IV a.C., Eforo, se refería
igualmente a «un mercado muy próspero, la llamada Tartessos, ciudad
ilustre, regada por un río que lleva gran cantidad de estaño, oro y
cobre de Céltica». A todos ellos se sumó una referencia aún más
intrigante, la de la Atlántida cantada por Platón en sus Diálogos,
particularmente en el Timeo, y que muchos no dudaron en identificar con
Tartessos. ¿A qué, si no, podría aludir Platón cuando describe la
Atlántida como «una gran isla, más allá de las columnas de Heracles,
rica en recursos mineros y fauna animal»? Incluso arqueólogos
contemporáneos han creído hallar los restos de la Atlántida en la región
tartesia. Pero, de momento, se trata de una conexión imposible, basada
más en las fabulaciones que en las certezas. Tal es caso de la tesis del
francés Jacques Collina-Girard, que ubicó en 2001 la Atlántida en la
isla Espartel, a medio camino entre Cádiz y Tánger; y de los
avistamientos de Rainer Kuehne, quien en 2004 dijo haber localizado con
imágenes aéreas los vestigios del templo de «plata» consagrado a
Poseidón y el templo «dorado» levantado en honor a Cleito en la Marisma
de Hinojos, cerca de Cádiz.
Al margen de la cuestión de la Atlántida, el primer autor que intentó
localizar con exactitud Tartessos fue un filólogo, Antonio de Nebrija,
responsable de la primera gramática castellana. En 1492, Nebrija
identificó Tartessos con el río Betis (Guadalquivir) y con el paisaje de
brazos marinos que formaba el río en su desembocadura. Pero las
conjeturas de Nebrija, emitidas desde la intuición, no contaban con
ningún tipo de respaldo arqueológico.
Tras las riquezas de Argantonio
La investigación arqueológica se hizo esperar hasta el siglo XIX. El
primero que removió las entrañas andaluzas en busca de Tartessos fue
George Bonsor, un pintor anglofrancés que quedó fascinado por los
paisajes de Andalucía y que, desde la década de 1880, cambió lienzo y
acuarela por pico y pala en cuanto comprobó el potencial arqueológico
que se extendía bajo sus pies. Nadie le había enseñado a excavar, pero
su ilusión pudo más que su bisoñez. Bonsor recuperó un alijo de piezas
tartésicas en diversas necrópolis sevillanas como las de Cruz del Negro,
Carmona, Setefilla y Cerro del Trigo.
A Bonsor lo siguió el alemán Adolf Schulten, gran impulsor de la
investigación en el yacimiento de Numancia, de donde salió enemistado
con las autoridades culturales españolas. Schulten quería seguir el
ejemplo de su compatriota Schliemann, que había desenterrado Troya
gracias a su fe en las fuentes clásicas. La Ora marítima de Avieno sería
para Schulten lo que la Ilíada había sido para Schliemann; y el Coto de
Doñana haría las veces de colina de Hissarlik, en Turquía, donde
Schliemann encontró, en 1873, la Troya cantada por Homero.
Schulten pretendía demostrar que Tartessos yacía en las Marismas de
Doñana y pasó a la acción con la ayuda de Bonsor. Se hizo con las
herramientas necesarias y dirigió la ambiciosa aventura de localizar
allí Tartessos. Pero al final lo único que encontró fueron unas ruinas
de época romana en el llamado Cerro del Trigo. Schulten fracasó, pero su
contribución no dejó por ello de ser importante. Su obra Tartessos,
publicada en 1924, sirvió para ordenar todos los conocimientos que se
tenían sobre la antigua civilización del Guadalquivir y constituyó el
punto de partida de investigaciones posteriores.
Todos los testimonios legados por las fuentes se refieren a Tarsis o
Tartessos como una civilización de alma metalúrgica: «El más elegante de
los mercados, la ciudad del oro y la plata…». Tanto es así que
Argantonio, el rey tartesio por antonomasia, lleva la plata (Arg-)
incorporada a su nombre. Pero...
Desde el siglo VIII al VI a.C. una civilización, Tartessos, que ocupa el
suroeste de la Península Ibérica, atrae por su riqueza a los pueblos
navegantes del Mediterráneo Oriental. Tarteso fue un país catalizador de
culturas, fue también el primer estado y la primera economía minera de
la Península, sin embargo, sobre su trayectoria se ciernen el enigma y
el misterio.
Todo puedo ser al revés de cómo se
suponía hasta ahora.
No fueron los fenicios quienes enseñaron a escribir a
Occidente.
Andalucía enseñó a escribir al mundo occidental.
Los fenicios
”inventados” por los griegos pudieron ser los onubenses.
El color “rojo” de
Huelva fue el “fenicio”
En la Península Ibérica ya se utilizaba la escritura miles de años antes que
los fenicios aparecieran por sus costas. Esta innovadora tesis viene avalada
por los estudios aportados en esta obra. En el Museo de Huelva (España) se
encuentran expuestos dos útiles prehistóricos, encontrados en sepulcros
megalíticos, con evidencia de escritura. No son las únicas muestras, existen
otras en el sur peninsular. Debemos poner en duda lo que hasta ahora se
consideró como verdad irrefutable, el que fueran los fenicios quienes nos
enseñaron a escribir. ¿Y si, en realidad, hubiera ocurrido lo contrario? ¿Y
si esos pueblos del mar que toda la mitología del Mediterráneo Oriental
sitúa en la Península Ibérica, hubieran enseñado, en verdad, a los fenicios?
¿Escribirían los fenicios sus propios Anales en una escritura de Occidente?
Los fenicios, al llegar a la Península Ibérica a finales del II milenio
a.C., encontraron gentes que ya usaban un torno rápido para pulir el oro y
que escribían signos lineales. El geógrafo griego Estrabón se refirió a los
turdetanos como un pueblo que tenía leyes escritas en verso de seis mil años
de antigüedad). Una golondrina no hace verano. Las escrituras de Huelva no
están solas en la penumbra de la Prehistoria: Numerosos signos de escrituras
«prehistóricas», fechadas a partir del 7 000 a.C. aparecen en Europa y en
las islas del Mediterráneo. Son ya muchas las aves que acompañan el vuelo de
las golondrinas de Tartessos.
Ana María Vázquez Hoys. Licenciada en Geografía e Historia por la
Universidad Complutense de Madrid, Ana María Vázquez Hoys es doctora en Historia
Antigua, profesora y tutora en dicho departamento de la UNED desde 1980.
Además, es miembro de diversas organizaciones como la Asociación Española de
Amigos de la Arqueología, la Asociación española de Estudios Clásicos, la
Asociación Internacional de Estudios Romanos, el International Council of
Indoeuropean and Thracian Studies, el Instituto de Estudios fenicios (UCM)...
Es autora de casi treinta publicaciones y ensayos, entre los que se encuentran
Diana en la religiosidad hispanorromana, el Diccionario del Mundo Antiguo, El
mundo griego. De los inicios a la conquista romana, Historia de Roma I. La
República romana, o Grecia. El Mundo griego.
Ha escrito diversos artículos, y participado en numerosos congresos y, como
anécdota, ha sido responsable de programas didácticos en televisión y radio
(como algunos espacios dentro del programa La aventura del saber, de TVE).
El arqueólogo José Antonio Linares reúne en un libro los monumentos
funerarios de la antigüedad en Huelva · La edición es una guía para
orientar a los visitantes
El patrimonio rupestre de la provincia de Huelva se ha recogido en una
edición que ve la luz bajo el título 'Territorios, paisajes y
arquitecturas megalíticas. Guía del megalitismo de la provincia de
Huelva'. Distintos términos municipales reúnen un interesante patrimonio
funerario que data de hace millones de años y que por estar disperso
por el campo ha sufrido en numerosas ocasiones destrozos por departe de
desaprensivos. Hace años que la Consejería de Cultura de la Junta de
Andalucía destinó fondos para su conservación e incluso se hicieron
varias rutas de interés turísticos para orientar al visitante.
Este libro que ahora sale publicado fue presentado por la
directora general de Bienes Culturales, Margarita Sánchez Romero, a la
que acompañó el delegado de Cultura de Huelva, Ángel Romero. Se trata de
una publicación divulgativa con la que se pretende dar a conocer a los
ciudadanos la diversidad de territorios y monumentos megalíticos
existentes en la provincia de Huelva.
Dólmen de los Llanos de la Belleza (Aroche), Huelva. Foto Emilio
Este patrimonio se manifiesta en un conjunto de paisajes
megalíticos singulares, como los paisajes domesticados neolíticos de la
ribera del Chanza y bajo Guadiana, los paisajes simbólicos de los
grabados rupestres del Andévalo y Sierra Morena o los paisajes
ritualizados de los conjuntos dolménicos del Andévalo oriental y Sierra
de Aracena, entre otros.
Esta diversidad ha llevado a la Consejería de Cultura a editar
un libro-guía sobre el megalitismo en la provincia onubense, cuyos
contenidos "ayuden al...
El dolmen de Alberite en Villamartín
(Cádiz) ha sido uno de los pocos de la península excavado con criterio
científico moderno. La datación de su cámara sepulcral ha permitido
retrasar el dolmenismo peninsular al quinto milenio antes de Cristo, dos
mil años antes de lo que se pensaba hasta ahora. A través de algunos
elementos del ajuar funerario del dolmen y de otras evidencias nos
acercaremos al comercio europeo durante el neolítico y veremos que su
origen es atlántico, no mediterráneo como se creía. Toda una novedad. Las
primeras escrituras de la Península Ibérica se han datado entorno al
siglo VII antes de Cristo. Pero unas misteriosas inscripciones sobre
piezas muchos más antiguas del Museo de Huelva han provocado un
verdadero terremoto en la investigación actual. Manuel Pimentel se
encuentra con Ana María Vázquez Hoys, una investigadora dispuesta a
revolucionar el panorama actual sobre el origen de la escritura en
España. La arqueología subacuática es uno de los mayores
potenciales de España. Ahí, bajo el mar, los objetos se conservan mejor.
En nuestras costas hay un patrimonio por excavar. Visitaremos el Museo
Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena (ARQUA) para
aproximarnos al fenómeno.
Dolmen de Alberite, Villamartín-Cádiz-5.000 años AC.Foto Emilio
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